sábado, 18 de abril de 2020

La educación y su enorme potencial



          La educación tiene que estar al servicio de los jóvenes, y una de sus dimensiones esenciales es ayudarles a desarrollar su personalidad.

Todo chico o chica crece humanamente a través de unas relaciones personales cordiales y responsables. El lugar privilegiado para estas relaciones es la familia. Una familia fuerte, comprometida, es la primera institución educativa porque es el lugar donde se quiere a cada uno por sí mismo. Por este motivo, la escuela ha de estar al servicio de las familias. Una buena comunicación entre familias y profesores será un motivo claro de mejora en la educación. Por tanto, ha de fomentarse una sinergia entre familia y escuela, sabiendo complementar posturas y distinguir terrenos.

Todo joven es un ser libre. En el proceso educativo se ponen en juego muchas capacidades y virtudes -capacidades bien empleadas-. El chico y la chica necesitan atender, estudiar, así como respetar la autoridad. Pero también han de desarrollar su tremendo potencial, siendo libres al aprender. Conseguir esto, “educir” -detectar y hacer crecer- las mejores capacidades y virtualidades de cada joven, es uno de los logros más valiosos de la excelencia educativa. Esto requiere profesionales, expertos en sus materias, así como en humanidad.

El conocimiento es otra dimensión profundamente humana. Aunque lo que realmente conoce es el asombro, también el conocimiento se ve   favorecido por unos profesores que sean expertos en sus materias. Sería deseable que una nación se dé cuenta que la profesión docente ha de ser una profesión de prestigio social. Así lo entiende Finlandia, que se encuentra en los primeros puestos mundiales de calidad educativa. Un profesor debe saber bastante de lo que explica, querer a sus alumnos, y estar preparado metodológicamente para su profesión. Despreciar el estudio o la metodología innovadora son dos errores de bulto.

Cada joven necesita soñar, visualizar el futuro, trazarse unas metas altas y sensatas. Ha de tener claro que la vida merece la pena y que ayudar a los demás es una gozosa responsabilidad, que nos hace más felices. Por esto, la escuela o el colegio han de educar en la capacidad de convivir con los demás. Aprender a perdonar y pedir perdón, a tener sentido del humor, a no venirse abajo ante derrotas parciales, a aceptar y superar los propios defectos, son unas asignaturas de inmenso valor. No se traducirán en notas, sino en algo más importante: un carácter preparado para la convivencia y la felicidad.

La educación tiene un indeclinable compromiso con ayudar a los jóvenes a desarrollar su personalidad. De esta manera ayudará a formar hombres y mujeres positivos, realistas y creativos, capaces de forjar un magnífico estilo de vida y un gran país.


José Ignacio Moreno Iturralde (Profesor de Secundaria y Bachillerato)

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