La sabiduría de Nelson
Horatio Nelson fue un conocido almirante inglés que
vivió entre los años 1758 y 1805. Tuvo mala salud y llegó a perder un brazo en
un combate. Sin embargo era un genio militar. Cuentan de él que, en medio del
fragor de las batallas, bajaba a su camarote y abría un misterioso cofre.
Rápidamente volvía a subir y, renovado en su ánimo, continuaba dando órdenes
muy eficaces. Tras su muerte unos compañeros suyos se decidieron a abrir el
misterioso cofre. Contenía un papel en el que estaban escritas estas palabras: izquierda,
babor; derecha, estribor; .
Tantas veces la sabiduría está en no olvidar las cosas
más sencillas, incluso las perogrulladas. Es difícil que alguien diga que esto
son letras y que no lo son al mismo tiempo y en el mismo sentido. Pero...aquella
jugada de fútbol decisiva...¿fue penalty?; lo que le he dicho a esta
persona...¿está bien?...o: ¿puedo encontrar una razón verdadera para romper
este compromiso?...No siempre las respuestas son fáciles aunque quizás en
muchas ocasiones las dificultades provienen de que nuestros intereses o nuestra
voluntad no coincide con la realidad de las cosas. No es una cuestión
únicamente de inteligencia sino también de voluntad.
Las personas humanas a veces buscamos el término medio
en lo que ya es un extremo, pero por mucho que nos afanemos eso no será nunca
una virtud. Con tesón equivocado buscamos en ciertos momentos la cuadratura del
círculo pero si somos más sencillos caemos en la cuenta de que esto es
imposible o absurdo.
Así las cosas puede parecer que las reglas de la
realidad son un poco o bastante aguafiestas frente a los sueños de
nuestra imaginación. A veces tal vez sí; pero otras no. Quisiera destacar una y
una muy importante. Recuerdo la penetrante pregunta de un antiguo alumno mío:
¿por qué la vida no puede ser absurda? ...Es cierto que ocurren cosas a
las que no siempre sabemos encontrarles una respuesta: millones de
personas sumidas en la pobreza, jóvenes o niños que encuentran la muerte de
súbito, graves injusticias o, algo más cotidiano, la propia fealdad interior o
exterior. Todo esto puede parecernos más o menos absurdo pero la vida
no puede ser totalmente absurda por la misma razón que un círculo no puede ser
cuadrado. Esta regla férrea de la no contradicción nos libera de la
inquietud del absurdo y nos da una base andadera sobre la que avanzar con un
sentido.
Resulta que es al revés
Entre 1616 y 1633 tuvo lugar el famoso proceso de
Galileo. Lo que tal vez no sepas es que la junta de teólogos astrónomos que
juzgó las tesis de Galileo también sospechaban que era la tierra la que giraba
alrededor del sol. Pero no tenían las pruebas suficientes y la matemática de
Galileo estaba equivocada. Sobre el caso Galileo, Walter Brandmüller publicó un
interesante libro titulado Galileo y la Iglesia. Lo he recordado
ahora porque realmente nos parece que desde el alba hasta el ocaso es
el sol el que gira alrededor de nosotros y, sin embargo, resulta que es al
revés. Esta observación, que durante miles de años tenía la seguridad
de una evidencia, se repite en otros órdenes de la vida: si escuchamos nuestra
propia voz grabada en una cinta nos parecerá extraña; quizás si nos grabaran en
vídeo durante un día nos resultaría francamente curioso.
La verdad de las cosas es anterior a nosotros y está fuera
de nosotros; conviene no olvidarlo. Viktor Frankl ha afirmado en su best-seller
“El hombre en busca de sentido” que es mejor plantearse la pregunta ¿qué espera
la vida de mi?, en vez de ¿qué espero yo de la vida?...Desde luego no se trata
de carecer de proyectos ni ilusiones, ni tampoco de tener un conformismo
negativo, pero hay que saber tomar la vida como viene y ser realistas
para poder tener eficacia y fecundidad. Chesterton escribió: “cuantas cosas
se vuelven santas sólo con volverlas del revés”
La originalidad
Tal vez la
originalidad tenga que ver con el origen. Y el origen nos puede recordar el
lugar donde uno ha nacido, donde estaban los amigos de la infancia; en
definitiva: la patria chica. Es un lugar entrañable. Allí uno se encuentra a gusto;
esta bien consigo mismo.
Hay niveles más profundos de encontrarse uno a sí
mismo; de aceptarse -sin que esto suponga una claudicación por superarse-, de
estar contento. Quizás sea ahí: en el conocimiento de nuestra naturaleza, en la
madurez que supone saber algo sobre nuestras posibilidades y límites, donde uno
puede lograr ilusión para hacer de sí mismo “un clásico”.
Quizás para ser un “clásico”, genio y figura, no hace
falta poseer la intuición de Einstein o la imaginación de Spielberg, o el ritmo
de los Beatles. Simplemente puede consistir en sacar fuera lo mejor de nosotros
mismos. Tal vez todo sea tan sencillo como ser normal o ser natural.
Pero...¿qué es ser natural? Actuar según nuestra naturaleza más verdadera.
Explica Millán Puelles[1] que
las personas estamos compuestas por una tendencia a abrirnos a la realidad y
por otra tendencia a cerrarnos en nosotros mismos. De la pugna entre
ambas surgirá el resultado de la propia vida. La tendencia a la
apertura puede llamarse vocación profesional, afectiva, espiritual, etc; la
clausura: egoísmo. Así la vocación es para algunos motivo de
felicidad y para otros motivos de angustia.
Hay algo que a los humanos nos atrae como un poderoso
imán: la alegría. Al entender la vida al revés, sustituyendo la autorrealización
o “egobuilding” por el servicio a los demás, uno se libera de las autoritarias
exigencias de su propio yo. Exigencias que pueden ser gigantes e irrealizables
y, por tanto, sustituidas con el tiempo por la apatía o el peor
conservadurismo: la cobardía de encerrarse en el anonimato.
Salir de uno mismo supone iniciar la aventura de
acceder a una realidad que es anterior a mí; es disfrutar con la existencia de
unas leyes previas a mí, en las que puedo descansar. Esta actitud ofrece
resortes para afrontar los imprevistos de la existencia. Posibilita abandonar
la pesada carga de algunos proyectos personales que tal vez no sean necesarios.
Cuando uno aprende a ponerse en su sitio también aprende a quererse mejor a si
mismo.
Tu verdad
Hay verdades parciales porque hay Verdad máxima de
modo análogo a que hay móviles porque hay una red. Un teléfono que no
tuviera conexión con el resto o insistiera en llamarse a sí mismo no sirve de
mucho. Algo parecido nos ocurre a las personas. Tu verdad no es “tu
verdad”...sino tú verdad relativa a la de los otros y a la Verdad
primera que causa a todas.
Una antigua canción decía este estribillo “lo que soy
es guapo”. Puede ser cierto, o no. Hay etapas en la que no nos cuesta nada
aceptarnos; todo lo contrario: estamos muy orgullosos de nosotros mismos, tal
vez con motivos poco fundados. Existen otros periodos en los que nos puede
doler nuestra propia vida. Aceptar la penosa situación que atravesamos se nos
revela como algo arduo y áspero. El realismo y el sentido común nos dicen que
hay que seguir adelante, pero tal motivación no es por sí sola atractiva.
Rechazamos el sinsentido y el puro azar como causa de lo que nos
pasa por considerarlos motivos absurdos, irracionales e inhumanos. La familia,
los amigos, la empresa -quizá en menor grado-, pueden ser puntos de referencia
para proseguir la tarea de vivir.
Hay otra motivación más profunda que no sé si acertaré
a expresar: nuestra vida es, ante todo, una llamada a la existencia, una
biografía. Nadie hará por ti tu vida. En cualquier novela o película el
protagonista encuentra dificultades, situaciones no previstas, difíciles, que
tiene que afrontar. Sin ellas no habría ni encanto, ni atractivo, ni novela.
Ninguno hemos elegido vivir sino que hemos sido elegidos ; y
es más ilusionante ser elegido para algo digno como es vivir, que elegir. Este
es el motivo, como explicaba en sus clases el profesor Antonio Ruiz Retegui,
por el que no cambiamos nuestra vida por la de nadie: porque nos ha sido dada
con un sentido personal, no siempre fácil de descubrir, con una misión que solo
cada uno puede cumplir.
Unidad en la pluralidad
La unidad entre las personas que compran en unos
grandes almacenes es por lo general una relación de interés y agregación. Sus
relaciones son sobre todo utilitarias. La unidad entre los hinchas de un mismo
equipo deportivo es algo más, comparten una afición: un interés no necesario.
La unidad que se da entre los hombres de bien tras la liberación de un
secuestrado que ha sufrido torturas es mucho mayor: las personas se alegran
profundamente por la alegría de la persona que estaba siendo maltratada. Esta
es una unidad por la que se quiere el bien de la otra persona. El
hecho de que le hayan sido devueltas las condiciones propias de su
dignidad crea en los demás un clima de unidad. Se comprende al
otro porque de algún modo es igual a los demás. La persona es el ser
capaz de comprender; de ponerse en el lugar del otro; de salir de si misma. Por
esto, afirma Spaeman[2] ,
la persona es un símbolo del absoluto.
Hay otro aspecto que no conviene olvidar: Lewis, al hablar
de la amistad en su obra “Los cuatro amores” afirma que cada amigo me revela
parte de mi yo. La amistad no es sólo un lujo sino algo que nos engrandece;
algo que nos hace ser más. La riqueza interior de cada uno depende de todos
aquellos que le aprecian bien. Aquí hay algo muy importante: de alguna manera
el otro está en el fondo de mí: su verdad está conectada a la mía,
aunque ambas son distintas.
Si una mujer o un hombre viven rodeados de injusticias
que afectan a otros y no hacen nada que esté a su alcance por evitarlas, sus
propias vidas empiezan a perder sentido. Si trabajan por mejorar las
condiciones de vida de sus semejantes comienzan a estar satisfechos: a estar a
bien conmigo mismos, a ser felices. Tenemos mayor unidad interior, integridad y
plenitud de sentido en la medida en que somos generosos.
Enfermedad y muerte
No llevamos el timón de la realidad, ni siquiera
totalmente el de nuestra propia vida pero aunque en el mar de la existencia
haya tormentas que no entendemos no por eso carecen de un sentido que quizás
más adelante podremos entender. Este es un punto importante para saber que la
vida es una verdad imperfecta en la que nos podemos realizar como personas.
La enfermedad, especialmente la crónica, es una
acompañante de camino bastante antipática, francamente desagradable y, en
ocasiones, brutalmente ofensiva. Sin embargo resulta ser una catedrática de
fina sabiduría y tras su rostro feo esconde un alma delicada y una tenaz
entusiasta de nuestra mejora personal.
Cabalgar por las amargas estepas del insomnio o sentir
la ácida y abotargada sensación de las jaquecas o el desaliento y el malestar
no es algo sólamente nefasto. El espíritu puede entonces sacar de la
autosuficiencia dependencia, de la pedantería sencillez, de la torpeza
comprensión, de la angustia paz, de la tragedia comedia. Empieza a entenderse
la vida como regalo y al descostrarse nuestro egoísmo podemos volver a entender
de un modo nuevo la actitud más básica y fundamental del hombre, tan frecuentemente
olvidada: la gratitud.
El enfermo es para su familia fuente de contradicción
e incluso de aburrimiento; pero en mucho mayor grado es causa de generosidad y
de fraternidad. En especial cuando nuestro enfermo entra en fase
terminal y fallece. Llega así un momento, un día radicalmente distinto, en el
que uno va por primera vez detrás del coche funerario donde llevan a un ser muy
querido. La insuficiencia de este mundo se manifiesta patente, nítida; pero no
su sinsentido si se tienen ciertas referencias. Más todavía, como he visto, si
la persona fallecida ha encarado su enfermedad y muerte con categoría humana,
con plenitud de sentido y con amor a los demás. Tal actitud no aparece como
absurda sino todo lo contrario: como la más noble, digna y verdaderamente
humana. Su capacidad de transformar es poderosa. Verdaderamente la auténtica
buena muerte, su aceptación llena de paz y de esperanza es toda una escuela
para la vida.
La vida como regalo
“Se trata de que no se vaya el santo al cielo sino que
venga el cielo al santo”. Esta frase la decía un amigo mío en la mesa,
señalando un magnífico postre en un día de fiesta.¡Cuanta razón tenía!
Hoy parece que se ha acentuado el afán de
disfrutar. Muchos buscan una auténtica cultura del “subidón”, un
empeño por gustar sensaciones fuertes, potenciado y extendido por capitalismos
mediáticos publicitarios. Es lógico querer pasarlo bomba; sin
embargo el problema está en que curiosamente no se sabe vivir bien . Las
prisas, la búsqueda del éxito y del dinero rápido, la aceleración como modo de
vida puede que no sea, en el fondo, más que una huida hacia delante.
La exaltación de las emociones nocturnas no da
respuesta a la realidad del trabajo cotidiano. Se vive con cierta histeria una
única realidad en la que no se encuentra la unidad de sentido de la vida. Y
esto se debe, como afirma Alfonso Aguiló[3] en
alguno de sus artículos, a que se busca la felicidad donde no está y se ignora
que para ser feliz lo que hay que modificar no es tanto lo de
fuera sino lo de dentro de uno mismo.
Reflexionar en que uno ha nacido sin ningún mérito
personal ni consulta previa es mucho más que una perogrullada: es la pura
verdad que, sin embargo, olvidamos con mucha frecuencia. A pesar de los
flagrantes males del mundo, de la enfermedad y del dolor moral, la vida sigue
siendo una llamada, un regalo de valor incalculable. El bien suele ser más
discreto y silencioso que el mal, pero mucho más sólido y fundamental...como lo
es una madre buena. Lo que podemos hacer, en expresión de Julián Marías es
“educar la mirada” y también el entendimiento y la voluntad para caer en la
cuenta de la cantidad de cosas estupendas que nos suceden: desde respirar hasta
optar por aventuras quizás sencillas pero llenas de verdad y de bien, maduras
de humanidad y sazonadas de buen humor. Quien procura vivir
siempre así, de hecho, es bastante probable que lo haga desde la
fuerza de la fe.
Hay un salto de confianza, de esperanza, de aptitud
para la felicidad -esto es en parte la fe- que no puede ser impuesto
racionalmente, porque la mano de Dios sólo se coge si libremente se quiere. Lo
que sí se puede constatar es que quien así lo hace está en condiciones de
disfrutar tanto en día laborable como en fin de semana: y con un gozo enorme,
porque todo se llena de sentido. Y ese sentido es la fuente de la felicidad.
Ser querido
Ser querido, dejarse querer, parece lo más natural del
mundo. Se ve muy claro en los niños y en los ancianos; y en todo el mundo. Sin
embargo, en épocas más o menos largas, nos cuesta aceptar el aprecio de los
demás aunque en el fondo lo deseamos.
Nuestra autonomía, incluso en el darse, puede impedir
algo que tal vez es más importante que querer: aceptar ser querido. La razón es
quizá sencilla: nadie da de lo que no tiene. Nadie que no haya sido querido
sabrá querer. Querer a otra persona, como dice Pieper, no es quererla para mí
sino querer lo mejor para ella. Ser querido es por tanto ser dignificado, ser
dotado de sentido, de valor.
Ser querido es en cierta manera permitir que nuestra
identidad dependa de otro, por esto puede dar vergüenza. Ser querido es aceptar
la unión con las demás personas, y supone -si se puede hablar así- perder algo
de casta para ganarlo de personalidad. Aceptar ser querido es la base para
querer; y sólo quien se sabe muy querido sabrá querer y darse con toda su
persona.
Fijarse en lo positivo
El agujero es en el queso y la herida en el cuerpo.
Las sombras son por las luces; no al revés. Fijarse en lo positivo, en lo
bueno, es ser realista. No se trata de la necedad de ignorar el mal ni sus
consecuencias, a veces tremendas. Se trata de comprender una cosa: ser es ser
agradecido.
Muchos bienes no son noticia. Dicen, con respeto y
aprecio a las verdades difundidas por el periodismo, que el ruido no
hace bien y que el bien no hace ruido. Fijarse en lo bueno es el requisito
previo para conseguirlo. En ocasiones el escalador tiene que mirar hacia abajo
pero sobre todo debe mirar arriba para poder llegar.
Cada persona se transforma en aquello hacia lo que se
dirige. Si nos fijamos en el bien y nos acercamos a él seremos buenos. Esto
requiere un ingrediente difícil de obtener: el conocimiento propio. En este
conocimiento, donde juegan un papel importante la sensatez, la experiencia y el
consejo cualificado, también hay que fijarse en lo positivo, en lo bueno de
nosotros mismos, por las mismas razones que hemos antes, para recuperar, con más
temple, la propia ilusión de vivir.
Mirar a la victoria, sin desconocer las dificultades
que pueda llevar consigo, es ya empezar a conquistarla.
José Ignacio Moreno Iturralde
[1] Cfr. Millán Puelles, A. La estructura de la subjetividad.Rialp
Madrid, 1967.
[2] Cfr.Spaeman,R. Felicidad y benvolencia.Rialp.Madrid,1991
[3] Cfr. www.interrogantes.net