martes, 25 de junio de 2019

El buey y las campanas



Un lluvioso día de invierno, el buey comenzaba temprano su dura jornada de trabajo. Al poco tiempo de tirar del arado, se empantanó en un lodazal. ¡Qué esfuerzos tuvo que hacer el animal para seguir adelante! Era jornada de infortunios porque, cien metros adelante, nuestro amigo empezó a resbalarse por un pequeño terraplén repleto de porquería, por decirlo finamente. Enfadado con el mundo, cabeceó a un lado y a otro, recibiendo un latigazo del labrador en su costillar derecho. Resignado a su suerte, continuó su trabajo. Una hora más tarde, salió el sol. El animal empezó a tatarear una música ranchera y vacuna. Se le ocurrió bambolear sus caderas rítmicamente, y recibió otro correazo, esta vez en el lomo izquierdo.
-“Para qué hacerse ilusiones”, se lamentaba el buey. Todo era tan monótono… Divisó nuestro amigo una oropéndola, que súbitamente se escondió. Lo mejor vino después: en la misma dirección del pájaro, surgía como por ensalmo una bella vaca rubia… guapísima. El buey trató de llamar su atención: -¡“Muuu, guapa”! La hermosa bovina la miró con cierto despreció, más aún cuando a su piropeador le caía otro zurriagazo en sus cuartos traseros.

Una hora más tarde, se vio a lo lejos un toro de lidia. El buey lo miró con envidia: -“Ese sí que es un tío distinguido, y no un pringado como yo”, se decía a sí mismo. Se escuchó el rugido de un camión, y nuestro sufrido trabajador observó cómo se llevaban al fantástico toro negro para una corrida. Después de todo, el modesto trabajo de agricultor tenía sus ventajas.

Muy avanzada la mañana el buey se sintió muy cansado, derrengado, totalmente indispuesto. Su amo, que le conocía bien, sabía que ahora no podía más, y le dijo:
-“Bubu -así se llamaba el buey-, ven conmigo. El campesino quitó el yugo al buey y lo llevó despacio, por una sombreada vereda, a un lugar alto y fresco. Le dio un buen biberón de centeno, el alimento favorito del animal, y le dijo quedamente:
-Oye, ves todos esos campos de tulipanes.
-Sí -respondió el buey-. Son una maravilla.
-Pues todo esto lo has sembrado tú, a lo largo de muchos días.
-¿De verdad? –se dijo Bubu admiradísimo.
-De verdad, contestó el campesino. En ese mismo momento se escucharon las campanas de la iglesia del pueblo, que llenaron con su repicar todo el horizonte. El buey recordaba el sonido de esas campanas desde cuando era un ternerillo en su corral y con sus padres. Pero ahora las oía más rotundas, más serenas, portadoras de una inmensa alegría. Y el buey mugió pletórico y satisfecho.


José Ignacio Moreno Iturralde

domingo, 23 de junio de 2019

Conocer a las personas para conocer el mundo



De pequeño uno puede pintar una casa con una chimenea y unas montañas al fondo, el sol, un árbol y… pocas cosas más. Pero ha pintado lo fundamental. Un mundo donde se destaca un hogar, una familia. Un comienzo, desde el que avanzar en la aventura de la vida. Se trata de un lugar de seguridad y afecto, desde el que poder contemplar el asombroso panorama del mundo. Esta entraña humana del conocimiento de la realidad es muy significativa.

Seccionar la comprensión de la existencia en tantas lonchas como especialidades científicas tiene su utilidad, pero prescindir de una comprensión personal de la vida es tanto como deshumanizarse. La realidad es mucho más que un conjunto de hechos cuantificables. Es, ante todo, un concurso de vidas personales que pueden comunicarse entre sí, y lanzarse a proyectos libres y responsables. Podría pensarse que esta visión de la existencia es algo romántica, y que el mundo físico tiene poco que ver con ella. Sin embargo, lo que parece claro es que planetas, galaxias y agujeros negros, son enormes en magnitud; pero bastante insignificantes comparados con una sonrisa humana. Lo máximamente significativo, y por tanto real, es lo personal. Esto es así porque lo personal es libre. La libertad es de orden superior a la determinación de la materia, porque la libertad puede elegir, puede autodeterminarse, puede amar. Por este motivo, una maldad libre es mucho más dolorosa que un simple mal físico, y una ayuda generosa mucho más valiosa que un golpe de suerte fortuito.

Adentrarse en la realidad y en su conocimiento exige profundizar en el conocimiento de las personas. Seres libres, cuyas biografías se deben unas a otras, a lo largo del espacio y del tiempo.

El filósofo Leonardo Polo ha explicado que la primera actitud correcta ante el universo no es la pregunta por el porqué de su existencia, sino el asombro ante la maravilla de su ser. Algo parecido -esto ya no es de Polo- a lo que ocurre cuando uno encuentra una persona encantadora. Generalmente no nos importa mucho porqué ha llegado a existir, lo importante es que está ahí y puedo hablar con ella.

No hemos hecho el universo, pero solo si el universo tiene un designio personal tiene un sentido. Considerar que el universo es una explosión de materia sin significado es renunciar a pensar, porque el sinsentido total no genera nada; es la nada: algo que, por cierto, no existe.

El amor es valorar la identidad del otro afirmándola, y tiene vocación de permanencia. La negación de la inmortalidad del espíritu humano es un insulto a su naturaleza y una injusticia flagrante ante la suerte de tantos desdichados de la historia. Solo un espíritu personal divino puede ser la razón última del mundo y la de nuestra propia vida. Chesterton pensaba que el mundo es una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor.

Uno de los males que nos asolan, al menos en la sociedad occidental, es sustituir la casa familiar por un proyecto individualista liberado de compromisos. Dicho de otro modo: caer en la adulteración de la noción del amor. Cuando se piensa que el amor es un puro sentimiento afectivo, voluble y subjetivo, se siembra el individualismo y la falta de solidaridad humana, que comienza en la familia. El amor verdadero es aquel que me hace ser mejor persona y, por tanto, ayuda a los demás. El amor tiene vocación de permanencia, especialmente el matrimonial, que constituye el compromiso familiar donde se asienta la vida y el futuro de los hijos. Ser hombre es ser hijo.

Nosotros somos seres subsistentes que se relacionan, con los demás, con el mundo. Nuestros límites hacen que nuestras relaciones sean también limitadas. Lo pasamos muy bien en una fiesta con familiares y amigos, pero la fiesta termina y cada uno se va por donde ha venido. El fundamento último de las relaciones, de la coexistencia, debería estar en alguien que fuera en sí mismo relaciones subsistentes. Un ser cuya subsistencia consista en la relación. El dogma cristiano de la Trinidad consiste precisamente en esto. Dios es tres Personas: Paternidad, Filiación, Amor. Dios es familia. No se trata de una piadosa cabriola mental, sino de un dogma que es una ventana de luz para la razón.

La casita junto a la montaña pintada por el niño, es profundamente real porque las relaciones entre las personas del mundo tienen su fundamento en las relaciones personales divinas. Insisto en que estas alusiones al misterio central de la fe cristiana no son accesibles por la pura razón; pero si se aceptan, la razón se llena de sentido. Por otra parte, aceptar lo que merece la pena es profundamente razonable y humano.

Con frecuencia, la visión de la casa familiar  se rompe por accidentes, guerras y espantos. No podemos olvidar esta dimensión de la realidad. Vivimos en un mundo fantástico, pero roto. Esa rotura no solo se refleja cuando descarrila un tren, sino cuando también lo hace nuestra propia mente y corazón, en mayor o menor medida. El mal anida también en el corazón humano. Una vez más la revelación cristiana nos da noticia del origen de ese mal, por un pecado de origen en nuestro linaje, así como de su restauración por medio de la Cruz de Cristo. Con las solas fuerzas humanas no existe una respuesta ante las víctimas de este mundo. El misterio de la encarnación del Hijo de Dios se puede creer o no; pero solo si se acepta, la historia queda justificada. Y no solo la historia, sino nuestra propia vida. Aquellos aspectos que nos hacen sufrir -que lógicamente hay que procurar solucionar en la medida de lo posible- pueden ser paradójicamente saludables para nuestros males. Por medio de algunos sufrimientos podemos volver a redescubrir la verdad del cuadro del niño. Desde esta óptica entendemos el mundo como creación, hogar, familia y aventura.



José Ignacio Moreno Iturralde

sábado, 22 de junio de 2019

Ideas sobre la dignidad humana

La sabiduría de Nelson

Horatio Nelson fue un conocido almirante inglés que vivió entre los años 1758 y 1805. Tuvo mala salud y llegó a perder un brazo en un combate. Sin embargo era un genio militar. Cuentan de él que, en medio del fragor de las batallas, bajaba a su camarote y abría un misterioso cofre. Rápidamente volvía a subir y, renovado en su ánimo, continuaba dando órdenes muy eficaces. Tras su muerte unos compañeros suyos se decidieron a abrir el misterioso cofre. Contenía un papel en el que estaban escritas estas palabras: izquierda, babor; derecha, estribor; .

Tantas veces la sabiduría está en no olvidar las cosas más sencillas, incluso las perogrulladas. Es difícil que alguien diga que esto son letras y que no lo son al mismo tiempo y en el mismo sentido. Pero...aquella jugada de fútbol decisiva...¿fue penalty?; lo que le he dicho a esta persona...¿está bien?...o: ¿puedo encontrar una razón verdadera para romper este compromiso?...No siempre las respuestas son fáciles aunque quizás en muchas ocasiones las dificultades provienen de que nuestros intereses o nuestra voluntad no coincide con la realidad de las cosas. No es una cuestión únicamente de inteligencia sino también de voluntad.

Las personas humanas a veces buscamos el término medio en lo que ya es un extremo, pero por mucho que nos afanemos eso no será nunca una virtud. Con tesón equivocado buscamos en ciertos momentos la cuadratura del círculo pero si somos más sencillos caemos en la cuenta de que esto es imposible o absurdo.

Así las cosas puede parecer que las reglas de la realidad son un poco o bastante  aguafiestas frente a los sueños de nuestra imaginación. A veces tal vez sí; pero otras no. Quisiera destacar una y una muy importante. Recuerdo la penetrante pregunta de un antiguo alumno mío: ¿por qué la vida no puede ser absurda? ...Es cierto que ocurren cosas a las  que no siempre sabemos encontrarles una respuesta: millones de personas sumidas en la pobreza, jóvenes o niños que encuentran la muerte de súbito, graves injusticias o, algo más cotidiano, la propia fealdad interior o exterior. Todo esto puede parecernos más o menos absurdo pero la vida no puede ser totalmente absurda por la misma razón que un círculo no puede ser cuadrado. Esta regla férrea de la no contradicción nos libera de la inquietud del absurdo y nos da una base andadera sobre la que avanzar con un sentido.

           
Resulta que es al revés

Entre 1616 y 1633 tuvo lugar el famoso proceso de Galileo. Lo que tal vez no sepas es que la junta de teólogos astrónomos que juzgó las tesis de Galileo también sospechaban que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Pero no tenían las pruebas suficientes y la matemática de Galileo estaba equivocada. Sobre el caso Galileo, Walter Brandmüller publicó un interesante libro titulado Galileo y la Iglesia. Lo he recordado ahora porque realmente nos parece que desde el alba hasta el ocaso es el sol el que gira alrededor de nosotros y, sin embargo, resulta que es al revés. Esta observación, que durante miles de años tenía la seguridad de una evidencia, se repite en otros órdenes de la vida: si escuchamos nuestra propia voz grabada en una cinta nos parecerá extraña; quizás si nos grabaran en vídeo durante un día nos resultaría francamente curioso.

La verdad de las cosas es anterior a nosotros y está fuera de nosotros; conviene no olvidarlo. Viktor Frankl ha afirmado en su best-seller “El hombre en busca de sentido” que es mejor plantearse la pregunta ¿qué espera la vida de mi?, en vez de ¿qué espero yo de la vida?...Desde luego no se trata de carecer de proyectos ni ilusiones, ni tampoco de tener un conformismo negativo, pero hay que saber tomar la vida como viene y ser realistas para poder tener eficacia y fecundidad. Chesterton escribió: “cuantas cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés” 

La originalidad

Tal vez la originalidad tenga que ver con el origen. Y el origen nos puede recordar el lugar donde uno ha nacido, donde estaban los amigos de la infancia; en definitiva: la patria chica. Es un lugar entrañable. Allí uno se encuentra a gusto; esta bien consigo mismo.

Hay niveles más profundos de encontrarse uno a sí mismo; de aceptarse -sin que esto suponga una claudicación por superarse-, de estar contento. Quizás sea ahí: en el conocimiento de nuestra naturaleza, en la madurez que supone saber algo sobre nuestras posibilidades y límites, donde uno puede lograr ilusión para hacer de sí mismo “un clásico”.

Quizás para ser un “clásico”, genio y figura, no hace falta poseer la intuición de Einstein o la imaginación de Spielberg, o el ritmo de los Beatles. Simplemente puede consistir en sacar fuera lo mejor de nosotros mismos. Tal vez todo sea tan sencillo como ser normal o ser natural. Pero...¿qué es ser natural? Actuar según nuestra naturaleza más verdadera. Explica Millán Puelles[1] que las personas estamos compuestas por una tendencia a abrirnos a la realidad y por otra tendencia a cerrarnos en nosotros mismos. De la pugna entre ambas  surgirá el resultado de la propia vida. La tendencia a la apertura puede llamarse vocación profesional, afectiva, espiritual, etc; la clausura: egoísmo. Así la vocación es  para algunos motivo de felicidad y para otros motivos de angustia.
                                                                                              
Hay algo que a los humanos nos atrae como un poderoso imán: la alegría. Al entender la vida al revés, sustituyendo la autorrealización o “egobuilding” por el servicio a los demás, uno se libera de las autoritarias exigencias de su propio yo. Exigencias que pueden ser gigantes e irrealizables y, por tanto, sustituidas con el tiempo por la apatía o el peor conservadurismo: la cobardía de encerrarse en el anonimato.

Salir de uno mismo supone iniciar la aventura de acceder a una realidad que es anterior a mí; es disfrutar con la existencia de unas leyes previas a mí, en las que puedo descansar. Esta actitud ofrece resortes para afrontar los imprevistos de la existencia. Posibilita abandonar la pesada carga de algunos proyectos personales que tal vez no sean necesarios. Cuando uno aprende a ponerse en su sitio también aprende a quererse mejor a si mismo.

           
Tu verdad

Hay verdades parciales porque hay Verdad máxima de modo análogo a que hay móviles porque hay una red.  Un teléfono que no tuviera conexión con el resto o insistiera en llamarse a sí mismo no sirve de mucho. Algo parecido nos ocurre a las personas. Tu verdad no es “tu verdad”...sino tú verdad relativa a la de los otros y  a la Verdad primera que causa a todas.

Una antigua canción decía este estribillo “lo que soy es guapo”. Puede ser cierto, o no. Hay etapas en la que no nos cuesta nada aceptarnos; todo lo contrario: estamos muy orgullosos de nosotros mismos, tal vez con motivos poco fundados. Existen otros periodos en los que nos puede doler nuestra propia vida. Aceptar la penosa situación que atravesamos se nos revela como algo arduo y áspero. El realismo y el sentido común nos dicen que hay que seguir adelante, pero tal motivación no es por sí sola atractiva. Rechazamos  el sinsentido y el puro azar como causa de lo que nos pasa por considerarlos motivos absurdos, irracionales e inhumanos. La familia, los amigos, la empresa -quizá en menor grado-, pueden ser puntos de referencia para proseguir la tarea de vivir.

Hay otra motivación más profunda que no sé si acertaré a expresar: nuestra vida es, ante todo, una llamada a la existencia, una biografía. Nadie hará por ti tu vida. En cualquier novela o película el protagonista encuentra dificultades, situaciones no previstas, difíciles, que tiene que afrontar. Sin ellas no habría ni encanto, ni atractivo, ni novela. Ninguno hemos elegido vivir sino que hemos sido elegidos ; y es más ilusionante ser elegido para algo digno como es vivir, que elegir. Este es el motivo, como explicaba en sus clases el profesor Antonio Ruiz Retegui, por el que no cambiamos nuestra vida por la de nadie: porque nos ha sido dada con un sentido personal, no siempre fácil de descubrir, con una misión que solo cada uno puede cumplir.    
           

Unidad en la pluralidad

La unidad entre las personas que compran en unos grandes almacenes es por lo general una relación de interés y agregación. Sus relaciones son sobre todo utilitarias. La unidad entre los hinchas de un mismo equipo deportivo es algo más, comparten una afición: un interés no necesario. La unidad que se da entre los hombres de bien tras la liberación de un secuestrado que ha sufrido torturas es mucho mayor: las personas se alegran profundamente por la alegría de la persona que estaba siendo maltratada. Esta es una unidad  por la que se quiere el bien de la otra persona. El hecho de que le hayan sido devueltas las condiciones propias de su dignidad  crea en los demás un clima de unidad. Se comprende al otro  porque de algún modo es igual a los demás. La persona es el ser capaz de comprender; de ponerse en el lugar del otro; de salir de si misma. Por esto, afirma Spaeman[2] , la persona es un símbolo del absoluto.

           
Hay otro aspecto que no conviene olvidar: Lewis, al hablar de la amistad en su obra “Los cuatro amores” afirma que cada amigo me revela parte de mi yo. La amistad no es sólo un lujo sino algo que nos engrandece; algo que nos hace ser más. La riqueza interior de cada uno depende de todos aquellos que le aprecian bien. Aquí hay algo muy importante: de alguna manera el otro está en el fondo de mí:  su verdad está conectada a la mía, aunque ambas son distintas.   

Si una mujer o un hombre viven rodeados de injusticias que afectan a otros y no hacen nada que esté a su alcance por evitarlas, sus propias vidas empiezan a perder sentido. Si trabajan por mejorar las condiciones de vida de sus semejantes comienzan a estar satisfechos: a estar a bien conmigo mismos, a ser felices. Tenemos mayor unidad interior, integridad y plenitud de sentido en la medida en que somos generosos.
           
           
Enfermedad y muerte

No llevamos el timón de la realidad, ni siquiera totalmente el de nuestra propia vida pero aunque en el mar de la existencia haya tormentas que no entendemos no por eso carecen de un sentido que quizás más adelante podremos entender. Este es un punto importante para saber que la vida es una verdad imperfecta en la que nos podemos realizar como personas.

La enfermedad, especialmente la crónica, es una acompañante de camino bastante antipática, francamente desagradable y, en ocasiones, brutalmente ofensiva. Sin embargo resulta ser una catedrática de fina sabiduría y tras su rostro feo esconde un alma delicada y una tenaz entusiasta de nuestra mejora personal.
           
Cabalgar por las amargas estepas del insomnio o sentir la ácida y abotargada sensación de las jaquecas o el desaliento y el malestar no es algo sólamente nefasto. El espíritu puede entonces sacar de la autosuficiencia dependencia, de la pedantería sencillez, de la torpeza comprensión, de la angustia paz, de la tragedia comedia. Empieza a entenderse la vida como regalo y al descostrarse nuestro egoísmo podemos volver a entender de un modo nuevo la actitud más básica y fundamental del hombre, tan frecuentemente olvidada: la gratitud.

El enfermo es para su familia fuente de contradicción e incluso de aburrimiento; pero en mucho mayor grado es causa de generosidad y de fraternidad.  En especial cuando nuestro enfermo entra en fase terminal y fallece. Llega así un momento, un día radicalmente distinto, en el que uno va por primera vez detrás del coche funerario donde llevan a un ser muy querido. La insuficiencia de este mundo se manifiesta patente, nítida; pero no su sinsentido si se tienen ciertas referencias. Más todavía, como he visto, si la persona fallecida ha encarado su enfermedad y muerte con categoría humana, con plenitud de sentido y con amor a los demás. Tal actitud no aparece como absurda sino todo lo contrario: como la más noble, digna y verdaderamente humana. Su capacidad de transformar es poderosa. Verdaderamente la auténtica buena muerte, su aceptación llena de paz y de esperanza es toda una escuela para la vida.

La vida como regalo

“Se trata de que no se vaya el santo al cielo sino que venga el cielo al santo”. Esta frase la decía un amigo mío en la mesa, señalando un magnífico postre en un día de fiesta.¡Cuanta razón tenía!

Hoy parece que se ha acentuado el  afán de disfrutar. Muchos buscan una auténtica cultura del  “subidón”, un empeño por gustar sensaciones fuertes, potenciado y extendido por capitalismos mediáticos  publicitarios. Es lógico querer pasarlo bomba; sin embargo el problema está en que curiosamente no se sabe vivir bien . Las prisas, la búsqueda del éxito y del dinero rápido, la aceleración como modo de vida puede que no sea, en el fondo, más que una huida hacia delante.

La exaltación de las emociones nocturnas no da respuesta a la realidad del trabajo cotidiano. Se vive con cierta histeria una única realidad en la que no se encuentra la unidad de sentido de la vida. Y esto se debe, como afirma Alfonso Aguiló[3]  en alguno de sus artículos, a que se busca la felicidad donde no está y se ignora que para ser feliz lo que hay que modificar no es tanto lo de fuera  sino lo de dentro de uno mismo.

Reflexionar en que uno ha nacido sin ningún mérito personal ni consulta previa es mucho más que una perogrullada: es la pura verdad que, sin embargo, olvidamos con mucha frecuencia. A pesar de los flagrantes males del mundo, de la enfermedad y del dolor moral, la vida sigue siendo una llamada, un regalo de valor incalculable. El bien suele ser más discreto y silencioso que el mal, pero mucho más sólido y fundamental...como lo es una madre buena. Lo que podemos hacer, en expresión de Julián Marías es “educar la mirada” y también el entendimiento y la voluntad para caer en la cuenta de la cantidad de cosas estupendas que nos suceden: desde respirar hasta optar por aventuras quizás sencillas pero llenas de verdad y de bien, maduras de humanidad y sazonadas de buen humor. Quien procura vivir siempre  así, de hecho, es bastante probable que lo haga desde la fuerza de la fe.

Hay un salto de confianza, de esperanza, de aptitud para la felicidad -esto es en parte la fe- que no puede ser impuesto racionalmente, porque la mano de Dios sólo se coge si libremente se quiere. Lo que sí se puede constatar es que quien así lo hace está en condiciones de disfrutar tanto en día laborable como en fin de semana: y con un gozo enorme, porque todo se llena de sentido. Y ese sentido es la fuente de la felicidad.

Ser querido

Ser querido, dejarse querer, parece lo más natural del mundo. Se ve muy claro en los niños y en los ancianos; y en todo el mundo. Sin embargo, en épocas más o menos largas, nos cuesta aceptar el aprecio de los demás aunque en el fondo lo deseamos.
                                                                                  
Nuestra autonomía, incluso en el darse, puede impedir algo que tal vez es más importante que querer: aceptar ser querido. La razón es quizá sencilla: nadie da de lo que no tiene. Nadie que no haya sido querido sabrá querer. Querer a otra persona, como dice Pieper, no es quererla para mí sino querer lo mejor para ella. Ser querido es por tanto ser dignificado, ser dotado de sentido, de valor.

Ser querido es en cierta manera permitir que nuestra identidad dependa de otro, por esto puede dar vergüenza. Ser querido es aceptar la unión con las demás personas, y supone -si se puede hablar así- perder algo de casta para ganarlo de personalidad. Aceptar ser querido es la base para querer; y sólo quien se sabe muy querido sabrá querer y darse con toda su persona.

           
Fijarse en lo positivo

El agujero es en el queso y la herida en el cuerpo. Las sombras son por las luces; no al revés. Fijarse en lo positivo, en lo bueno, es ser realista. No se trata de la necedad de ignorar el mal ni sus consecuencias, a veces tremendas. Se trata de comprender una cosa: ser es ser agradecido.

Muchos bienes no son noticia. Dicen, con respeto y aprecio a las verdades difundidas por el periodismo, que el ruido no hace bien y que el bien no hace ruido. Fijarse en lo bueno es el requisito previo para conseguirlo. En ocasiones el escalador tiene que mirar hacia abajo pero sobre todo debe mirar arriba para poder llegar.

Cada persona se transforma en aquello hacia lo que se dirige. Si nos fijamos en el bien y nos acercamos a él seremos buenos. Esto requiere un ingrediente difícil de obtener: el conocimiento propio. En este conocimiento, donde juegan un papel importante la sensatez, la experiencia y el consejo cualificado, también hay que fijarse en lo positivo, en lo bueno de nosotros mismos, por las mismas razones que hemos antes, para recuperar, con más temple, la propia ilusión de vivir.

Mirar a la victoria, sin desconocer las dificultades que pueda llevar consigo, es ya empezar a conquistarla.



José Ignacio Moreno Iturralde


[1] Cfr. Millán Puelles, A. La estructura de la subjetividad.Rialp Madrid, 1967.
[2] Cfr.Spaeman,R. Felicidad y benvolencia.Rialp.Madrid,1991
[3]  Cfr. www.interrogantes.net



Se elimina a los nonatos Síndromes de Down "como si fueran monstruos"

Artículo del Foro Español de la Familia

Red Madre

Una iniciativa, con experiencia, para ayudar a las madres y a sus hijos en gestación.

Aceprensa

Este blog sigue los trabajos de uno anterior: dignidadhumana.blogspot.com

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¿Ataca la Ley Celaá derechos de las familias?

Soy profesor y he leído detenidamente la nueva ley de educación del gobierno español. Esta norma, llamada también ley Celaá, limita la educa...