La igualdad se ha convertido en una causa
justa de nuestra sociedad. Se condena, con determinación, el horror de la
violencia machista. Se busca noblemente la igualdad entre mujeres y hombres,
por ejemplo respecto a su salario laboral. El conocimiento de las agudas desigualdades
mundiales, referentes a alimentación y desarrollo, son entendidas como una
dolorosa herida cuya curación es urgente.
Sin embargo, la realidad del aborto
voluntario -95.917 casos en 2018, en España- es amparada por la ley y observada
por nuestro estado con conformismo. La autonomía de la propia decisión de los
padres se impone a la vida de los hijos en gestación. Pienso que esta autonomía
es la que establece una profunda desigualdad entre unos padres, que fueron
aceptados a la vida, y sus hijos en gestación a los que les impiden vivir. Tal
autonomía excluyente, tiene alguna semejanza con la de ciertos ricos a los que
parece importarles muy poco la suerte de los pobres. También ocurre algo
similar con algunos empresarios a los que no les tiembla el pulso a la hora de
poner en la calle a varios de sus empleados, cuando no era estrictamente necesario
hacerlo. Pero, lo más paradójico, es que la práctica abortista tiene un reflejo
de simetría con la falta de respeto del varón que golpea impunemente a su
pareja.
La igualdad se va consiguiendo cuando se
respeta la diversidad. Ricos y pobres, hombres y mujeres, padres e hijos –también
los engendrados todavía no nacidos-, formamos una comunidad de vida donde las
relaciones solidarias con los demás afectan profundamente a nuestra propia
identidad y dignidad. La libertad y la autonomía son valores irrenunciables;
pero si se agigantan y deforman, nos hacen caer en el despeñadero de la
desigualdad. Si no se defiende la igualdad del propio hijo en gestación, es
difícil que pueda defenderse con coherencia la igualdad de los demás.
El respeto a la vida y a la promoción de
todo ser humano, especialmente de los más necesitados, aunque resulte costoso
en ocasiones, es el medio para lograr una igualdad humana sin hipocresías. De
este modo construiremos una sociedad inclusiva y plural, donde podremos mirarnos a la cara con más franqueza,
justicia y paz.
José Ignacio Moreno Iturralde