En una residencia
para personas mayores, había un hombre con un alzheimer avanzado. Ya no se
valía por sí mismo y no hablaba. Sus familiares venían a verle asíduamente. En
una ocasión ocurrió algo significativo. Le trajeron a un chico de unos cuatro o
cinco años y, de pronto, la cara del anciano abandonó su aspecto inexpresivo y
agotado, adquiriendo una luminosidad
intensa provocada por la ilusión de haber reconocido a su nieto. Aquella cara
sonriente emergía entre un cuadro severo de limitaciones y, paradójicamente,
es una de las expresiones más profundamente humanas que he visto.
José Ignacio Moreno
Iturralde
No hay comentarios:
Publicar un comentario