Un colegio es un lugar simpático y duro; un molino para las piedras de los caracteres. La escuela es una tarea apasionante y quizás algo y tragicomica. Las inteligencias se asombran y se aburren; el ingenio se acera, la voluntad se forja y, ¡ojalá!, el corazón madura para el bien. Los problemas económicos, laborales, de disciplina, constituyen un antipático arrecife de dificultades. Sin embargo, este incómodo suelo mueve a mirar hacia adelante y hacia arriba. En un colegio cristiano, se ayuda a todos a saberse hijos de Dios y a comportarse como tales; es decir: a darse algo de cuenta de la mirada divina, profundamente cariñosa y constitutiva de nuestra más recóndita y gozosa identidad. La libertad y la justicia; la autoridad y la amistad, raíces humanas de lo verdaderamente cristiano, se abren hacia una comprensión realista y esperanzada, llena de referencias seguras hacia una vida que merece la pena y la alegría de vivirse.
José Ignacio Moreno Iturralde
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