La
diversidad de la naturaleza se hace preciosa al ver emerger el Teide de las
nubes, al mismo tiempo que está rodeado de un Atlántico plateado. Hay infinidad
de diferencias estupendas en el mundo, como las futbolísticas en un buen derbi,
u otras más profundas y humanas como la complementariedad entre la mujer y el
hombre. También existen diferencias espantosas e insultantes como la que se da
en el reparto de la riqueza en el planeta, en la aberrante violencia machista,
o en cualquier tipo de abuso de fuerza.
La diferencia es un gran valor siempre
que exista un marco de armonía, de respeto, y de igualdad entre las personas.
Nadie es más que nadie: Mark Twain lo plasmó magistralmente en su libro “Príncipe
y mendigo”. Pero la igualdad entre los hombres no es la de una colmena, ni la
de un hormiguero. Cuando una concepción monolítica de la igualdad empieza a
extenderse en el modo de entender algunos aspectos humanos y sociales, se está
marginando la pluralidad. Si perdemos de vista el respeto a las personas, nos
quedamos con la defensa de unas ideas que se convierten en ideologías cerradas.
Se llega a la paradoja de que una pretendida sociedad democrática, considera
desiguales a quienes no participan de la ética gubernamental. Este
igualitarismo excluyente es, sin embargo, muy proclive a disolver la identidad
de la mejor institución para aprender a complementar diferencia e igualdad: la
familia. Como consecuencia, tampoco se defiende un modelo plural de escuela,
subvencionándolo, porque esto sería algo inquietante y peligroso para la horma establecida
de la igualdad. Por otra parte, este igualitarismo de fuerza, que dice ayudar a
los más débiles, ayuda a quitar la igualdad a la vida
de centenares de miles de niños en camino de nacer, y que nunca lo harán.
Tanto el liberalismo radical, que
exacerba la diferencia, como el igualitarismo excluyente, se basan en posturas
materialistas. Por contraste, la dignidad humana es aquél el don espiritual,
que trasciende la materia, por el que somos capaces de defender la igualdad de
todos desde nuestra libre y diferente posición personal. Por esto, cuando la
igualdad ataca vorazmente la diferencia y la libertad, no hace más que pisotear
la dignidad de las personas con una lógica que recuerda a la de las dictaduras.
José
Ignacio Moreno Iturralde
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