En nuestras
sociedades desarrolladas siguen existiendo pobres e indigentes. Son tantos que,
con frecuencia, podemos mostrar hacia ellos cierta indiferencia. También es
verdad que hay mucha picaresca, pero bastantes de esas personas pueden estar en
estado de necesidad. Al mismo tiempo, cuando vemos que alguien saca de un apuro
a otra persona sentimos satisfacción y una ligera envidia de no haber sido
nosotros quien echáramos una mano a quien lo necesitaba.
Lo que sí está más
en nuestra mano es atender a personas necesitadas de nuestro entorno familiar y
profesional. Esta actitud conlleva un cierto señorío: tener solucionados
bastantes conflictos personales para poder prestar dedicación y tiempo a los
demás. Además, esta actitud suele resolver bastantes problemas propios porque
la generosidad es fuente de alegría y de plenitud.
Ver la pobreza y
las calamidades del mundo es un acicate para intentar hacer una sociedad mejor,
en la medida de las posibilidades de cada uno. Además, puede servirnos para no
quejarnos cuando nos falte algo que estimamos importante, al darnos cuenta de
que tampoco es para tanto.
En la película
¨Los Miserables”, un preso al que se le ha dado libertad condicional es acogido
por la noche en una casa. El anfitrión y su hermana hablan con Jean Valjean, el
expresidiario, al mismo tiempo que le dan de cenar y le sugieren que cambie de
vida; propuesta que Valjean dice aceptar. Sin embargo, por la noche, el
invitado se levanta, roba y golpea al dueño de la casa que se ha levantado al
escuchar ruidos. A la mañana siguiente, la policía trae al ladrón ante el señor
obispo, quien le acogió. El obispo dice que no le ha robado, que fue un regalo.
La policía se va y Valjean queda desconcertado, por lo que pregunta al clérigo:
¿Por qué ha actuado así? El obispo responde: este es el precio que pago para
devolverle su alma a Dios y usted no olvide que había prometido cambiar de vida[1].
No estamos
obligados a una conducta tan heroica, pero es realmente atractiva. En
ocasiones, hay que descender a la miseria para sacar al miserable de su
situación. Entonces es cuando nos volvemos más verdaderamente humanos. Lo que
siempre podemos hacer es saber pedir perdón y saber perdonar en las cosas de
cada día. Una persona que sabe pedir perdón y perdonar es una persona que sabe
querer, y será siempre muy valorada.
José Ignacio Moreno Iturralde
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