viernes, 23 de agosto de 2019

El hombre que vive una vida distinta a la suya



Nuestra sociedad nos anima a llevar a cabo nuestros sueños, a ser nosotros mismos, a triunfar en aquello en lo que nos gusta y nos hace sentirnos realizados. Es bonito, sin duda, escuchar a alguien que ha conseguido un triunfo profesional que se había propuesto desde niño. A todos nos gustaría que nos ocurriera lo mismo; pero muchas veces no sucede así. La vida es mucho más grande que nuestras previsiones y, con frecuencia, tenemos que aprender a tomarla como viene. Es maravilloso pensar, por ejemplo, en un matrimonio que nos haga ser felices; pero es también bastante realista un matrimonio en el que un hombre se propone hacer feliz a su mujer y a sus hijos.

Un buen marido y un buen padre es el que está ahí, disponible para servir a su familia. Me refiero al tipo -hablo como hombre que soy- que ha decidido ser un fan de su mujer y de sus hijos, olvidándose de muchos de sus gustos y caprichos. Me parece que esto es hombría de la buena. No trato, en absoluto, de defender una especie de masoquismo inhumano que niegue razonables y positivas aficiones. Doy por supuesto que el sentido común y el de la justicia tienen que vertebrar las relaciones familiares. Lo que quiero decir es que cuando uno elige opciones buenas por el bien de su familia, aunque en principio no contara con ellas, puede obtener paradójicamente unas satisfacciones muy superiores. Todo esto es evidente, pero parece que la sociedad actual lo ha olvidado en parte. Cambiar a un trabajo que nos permite una mayor dedicación a los nuestros, veranear donde le gusta más a la esposa, educar la afectividad, sacrificar un viaje para encontrar unas vacaciones más adecuadas para los chavales… no es una fuente de infelicidad, sino todo lo contrario. La grandeza de un padre y de un marido pienso que está en saber no seguir “los caminos propios”, sino los que mejor vienen a su familia. Solo aceptando esta paradoja volveremos a revitalizar el matrimonio y a hacer del hogar un lugar de felicidad y seguridad.

¿Qué ocurre si después de todo esto la vida nos paga con una buena bofetada?... No es imposible. Aunque las cosas salieran mal, siempre queda la tranquilidad de conciencia de haberse esforzado por actuar lo mejor posible. Intentar ser bueno no siempre es correspondido; pero decidir ser un egoísta se paga muy caro, tarde o temprano. La generosidad tiene sus riesgos, pero es fuente de grandeza, de justicia y de escuela de vida. Cuando un hombre comprometido anda por el buen camino que tiene el nombre de su familia, termina por encontrar su más auténtico y personal camino.



José Ignacio Moreno Iturralde


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