La educación de niños y jóvenes en edad escolar requiere
ser competente para que los alumnos puedan acceder en un futuro a estudios
superiores; así como para darles una buena formación relativa a necesidades del
mundo actual: idiomas, uso de tecnologías, trabajos en equipo, etc. Pero pienso
que todo esto ha de basarse en algo más importante: educar a alumnas y alumnos
con personalidad propia. Este afán implica ayudarles a fomentar
hábitos positivos como prestar atención, estudiar, participar y saber convivir.
La educación académica se apoya en la educación afectiva,
cuyo ámbito privilegiado es la familia. Si se ayuda a las familias, los
chavales aprenden mejor. El papel de la familia en la escuela no es periférico
sino nuclear; aunque exista una evidente autonomía de los dos ámbitos
educativos. Solo siendo conscientes del valor humano de la familia, los
diversos centros escolares ayudarán a educar a jóvenes con referencias para la
vida, convencidos de que ayudar a los demás merece la pena. De ahí se deduce la
necesidad de que el estado fomente jurídica y económicamente una libertad de
enseñanza, recogida en múltiples legislaciones actuales, que promueva una
escuela plural en beneficio del bien común.
José Ignacio Moreno Iturralde
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